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Abre sus puertas el primer centro de jubilados para lesbianas, gays, bisexuales y trans de la Argentina.

“Queremos una sociedad mejor para los viejos del futuro”

Por Bruno Bimbi - 27.09.2009

Treinta años juntas. Castillo junto a su pareja, Ramona Arévalo, el día que celebraron su unión civil.

Cuando el publicista Brian Kinney –el muchacho egoísta y cínico que no para de saltar de cama en cama, personaje ícono de la serie gay Queer as Folk– cumple 30 años, sus amigos le organizan un funeral. La original fiesta de cumpleaños reemplaza la torta de chocolate por un ataúd con velas y Brian es declarado oficialmente muerto. ¿Exagerado? Tal vez, pero la serie, que nunca quiso ser políticamente correcta, se ríe en ese episodio de la particular relación del mundo gay urbano con la vejez: parecería, dice un artículo reciente de la revista brasileña Junior, “que en esta comunidad existen apenas jóvenes bonitos y bien vestidos”. Claro que no es así pero, en una sociedad cuyas normas de accesibilidad para las personas con una sexualidad minoritaria son bastante deficientes, los jóvenes gays tienen, al menos, espacios de encuentro, que van del boliche al gimnasio, las fiestas o internet, donde los mayores no son tratados de la misma manera.

La paternidad, requisito previo para la abuelidad, es aún una posibilidad más restringida entre los gays y las lesbianas, ya que quienes deseen alcanzarla deberán superar una serie de obstáculos relacionados con las leyes de adopción o el acceso a los métodos de fertilización asistida y la falta de protección legal, además de prejuicios propios y ajenos. La función social que el mundo hetero les asigna a los mayores, entonces, no aparece como opción. Quienes llegan a viejos en pareja comienzan a enfrentar más seriamente la desprotección estatal y la falta de leyes que reconozcan los derechos y beneficios sociales de los que los matrimonios heterosexuales disfrutan: los viudos gays que debieron llegar hasta la Corte Suprema de Justicia para que les reconocieran la pensión por el fallecimiento de su compañero son un ejemplo de ello. Quienes llegan solos empiezan a enfrentarse con la falta de espacios de encuentro y pertenencia para la tercera edad.

“A partir de la necesidad de muchísimas personas y de cientos de historias que conocimos, empezamos a ocuparnos de un sector al que nadie había prestado suficiente atención”, explican la psicóloga Graciela Balestra y su pareja Silvina Tealdi, del grupo Puerta Abierta, fundadoras del primer centro de jubilados y pensionados para lesbianas, gays, bisexuales y trans de la Argentina. El centro integra la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans y funcionará en Quito 4074, Almagro. Su comisión directiva está integrada en principio por nueve jubilados y jubiladas, afiliados al PAMI, que estamparon sus firmas para conseguir el reconocimiento legal, y su presidenta será Norma Castillo, quien fuera candidata a diputada en las últimas elecciones por la lista encabezada por Carlos Heller.

Norma y su compañera estaban viviendo en Colombia, pero decidieron hace un tiempo volver al país. Ella siempre había querido trabajar las cuestiones de género y también la cuestión homosexual. “Cuando llegué, conocí a María Rachid, en el grupo La Fulana, y por intermedio de ella a Graciela y Silvina, del grupo Puerta Abierta, que estaban preocupadas por algo que yo también me preguntaba: ¿qué pasa con las personas homosexuales de la tercera edad? ¿Dónde están? ¿Adónde van? ¿Se evaporan? A medida que me iba acercando, por mi edad, pensaba en eso, y ahora ya llegué, estoy aquí y quiero ver qué pasa con toda esa gente que está invisible”, explica en diálogo con Crítica de la Argentina.

–¿Y dónde están?

–La gente de nuestra edad, en la juventud, estaba muy discriminada y escondida. Ni siquiera usábamos la palabra lesbiana, era un tabú enorme. Fuimos arrastrando eso y creo que además de la discriminación de los demás, hay autodiscriminación. A eso se suma la edad, que nos toca por igual a hetero y homosexuales: uno se pone viejo y va quedando de lado. La proliferación de geriátricos son una muestra de eso, un poquito por falta de amor, otro poquito por problemas de trabajo y tiempo, se nos va apartando y perdemos nuestro derecho a seguir haciendo cosas. Lo que queremos hacer visible es que con los años y la experiencia que tenemos, podemos seguir viviendo y participando activamente de la sociedad. Y queremos preparar una sociedad mejor para cuando los jóvenes de hoy lleguen a nuestra edad.

–¿Qué repercusión tuvieron?

–¡Extraordinaria! El teléfono no para de sonar. Hay personas que quieren seguir en el anonimato, por ejemplo una señora que quiere participar pero no puede ser visible, porque tendría problemas con su familia y con el otro centro de jubilados del que participa. Hay otra que quiere contárselo a su hija, que no lo sabe. Hay que ir sacándose el miedo. Este centro existirá hasta que podamos participar naturalmente de cualquier otro. Ya se inscribieron muchísimas personas. Estamos muy ansiosas por tener la primera reunión, que será el 2 de octubre.

–¿Qué actividades van a desarrollar?

–Las mismas que cualquier centro de jubilados. Hay gente que piensa que abrimos un geriátrico o un hogar; nada que ver. Vamos a tener reuniones, actividades recreativas, viajes de turismo, grupos de terapia y vamos a tratar de interactuar con otros centros de jubilados que no son para homosexuales. De hecho, este centro está abierto a cualquier persona heterosexual que quiera participar.

–¿Cómo viven todo esto desde lo personal?

–Con muchas sorpresas. Hoy por ejemplo recibí un llamado de una ex compañera del magisterio: yo cumplo 50 años de recibirme de maestra. Creo que vamos a encontrar muchas historias como ésa, historias que merecen ser contadas y compartidas. Y vamos a reunir a gente que por fin podrá hablar de sus cosas con sus pares y con otras personas.

–¿La desigualdad de derechos afecta más a las personas de mayor edad?

–Sí, porque empiezan a aparecer otras necesidades. Hay parejas que llevan una vida entera juntas y de repente uno de los dos muere y el otro se queda totalmente desprotegido. Puede venir un familiar y llevarse todo, dejarte en la calle.

–Con tu pareja hicieron la unión civil. ¿Cómo fue?

–Nosotras llevamos treinta años juntas. Decidimos hacer la unión civil y el apoyo que recibimos fue extraordinario. Acá en Parque Chas, el barrio entero nos hizo una fiesta en un club, nos hicieron regalos, fue increíble. Estamos muy contentas, pero con la unión civil no alcanza. Ahora queremos que se nos reconozca como matrimonio con todas las de la ley, con los mismos derechos que cualquier otra pareja.

–¿Fuiste candidata a diputada en las últimas elecciones?

–Fui para completar la lista, como una forma de aportar mi granito de arena. Yo soy cooperativista y, además de participar de este centro de jubilados, soy tesorera de una cooperativa de viviendas. Ahora estamos a punto de iniciar obras. A través del cooperativismo me acerqué a Carlos Heller y milito con él en el Partido Solidario. El día de nuestra unión civil estuvieron Heller, D’Elía, Lubertino y muchos compañeros del partido, que apoyan la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo.

—¿Puedo preguntarte tu edad?

—Como dijo una vez Facundo Cabral, cuando yo nací el mundo estaba tranquilo. Nací en 1942 y tengo 67 años, pero oficialmente tengo uno menos. En 1977, me tuve que ir del país, y cuando volví, al hacer la renovación del documento, se equivocaron y pusieron que nací en 1943. ¡Imaginate que no me iba a poner a reclamar por el año que me sacaron!

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